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A Jana y todos los que alguna vez saborearon una buena patata

A riesgo de que a alguien la teoría le parezca simplona o traída un poco por los pelos o incluso se parezca demasiado a las tesis de la madre de Forrest Gump, esa gran pensadora del pasado siglo (recordemos perlas como "Tonto es el que hace tonterías" o "La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar") la formularé porque creo que responde a una inquietud del presente: Las personas son como las patatas, tienen una apariencia agradable pero al poco tiempo de adquirirlas resultan arenosas, insípidas o se corrompen en tu despensa si no te las comes rápido.
Seguramente en este momento haya lectores –¿dónde estais? ¡acudid en mi ayuda!– que piensen que es de lo más irreverente comparar patatas con personas (ojo que el orden ha de ser este y no al revés), debo recordar que el copyright de esta tesis lo tiene La Trinca (no podemos olvidarnos de "La patata", lo único que hago es reformular o, si acaso, reorientar.
He pensado en un producto esencial y bueno que debía (y debe) salvar al mundo de las hambrunas pero que en la actualidad es uno más de la cocina, hay muchas y de poca calidad, si se dan las condiciones adecuadas se seca, se pudre y sabe mal.
Si como dice el eslogan "El ser humano es extraordinario" y a la vista de los últimos acontecimientos revolucionarios: ¡Por unas patatas cremosas, dulces, nutritivas y limpias!

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