¿Acumular o desacumular?

Foto: E. Seligmann
En estos tiempos, ¿qué se rebusca en un puesto de libros durante una tarde de paseo? Quizá novelas descatalogadas (de las que más hay), o esos pobres libros de arte que no consiguieron convencer a los lectores en su día, facsímiles de agún libro sobre historia del arte o ideas estéticas, manuales de jardinería o de cocina exótica que la buena mujer abrirá en una o ninguna ocasión.
En vez de pasar frío junto a la ribera de algún caudaloso y ancho río, ahora se prefieren opciones menos románticas para mi gusto.
Seguro que habéis reparado en la proliferación de librerías-café en vuestras ciudades, esos lugares encantadores con estanterías hasta el techo apoderadas de encantadores volúmenes desechados, por qué no, por personas muertas. Abro un paréntesis, ellos en realidad no son los desechadores, los culpables son los afortunados herederos del background de los acumuladores, que bien podrían ser los protagonistas de algún relato de ciencia ficción en el que bomberos unidos en contra de la cultura quemasen el saber de la humanidad. Los acumuladores son personas que viven en espacios de muchos metros, las cosas traspasan las fronteras de sus contenedores habituales, los libros pueden ir apilándose en ventanas (por supuesto también les sobran ventanas), guardan todos los abrigos que han heredado o adquirido desde la última vez que dejaron de crecer. Los acumuladores son una especie en franca extinción. ¿Habríamos de proteger a los acumuladores? ¿Apadrinaríais un acumulador?
Los desechadores no son personas sin escrúpulos, no se deshacen del saber acumulado de sus conservadores allegados, son un poco más budistas. Resumiendo mucho, los budistas creen que se llega a la felicidad deshaciéndose de todo a lo que estás apegado.
Y pregunto, ¿creéis que la reducción drástica de metros en las viviendas actuales se debe a un interés evangelizador budista? Podríamos darle la vuelta a todo, en realidad, que no tengas metros vitales, que no puedas acumular es beneficioso, te dará la felicidad que tanto anhelas. Los políticos, urbanistas, arquitectos, constructores e Ikea se habrían reunido un día para decidir hacernos más felices a través del desapego. Cierro paréntesis.
Antes no me acercaba a los ácaros de una novela, no es ningún comentario snob, no tenía necesidad y tenía metros, era una aprendiz de acumuladora. Ahora acumulo pequeñas partes de las herencias de algún que otro acumulador. Hace unos meses adquirí una edición nada atractiva de Kim, de Rudyard Kipling. Antes de acomodarse en mi estantería, Amparo y su hermano se lo regalaron a su padre/madre en julio de 1970; y en enero del 82 es traspasado a Luis y Estanislao con gran cariño "Este libro me ha proporcionado momentos deliciosos […] creo que es el libro más bonito que conozco".
Yo, acumuladora en el pasado, soy ahora la heredera de un acumulador, espero estar a la altura.

Prometo que desconocía cómo iba a acabar esto, incluso cómo comenzarlo.
Cuando me pienso me recuerdo a una de esas mercenarias del siglo XIX que escribían en revistas periódicas o en los diarios a gran velocidad, mi reducido número de lectores me demandan más y yo misma intento exprimirme. El resultado suele ser muy divertido. Pero no estoy, lo que se dice, centrada en una historia, me pregunto si las entregas llegarán a ser algo con nudo, personajes, desenlaces o no seré capaz de salir de este espacio tan cómodo que no asusta.

Nota: el volumen acarizado citado se adquirió en puesto expuesto al frío y otros meteoros incómodos en un mes de noviembre.

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