Cajas de muñecas

Caminar se ha convertido en una postura particular de rechazo, mi modo de protestar.
¿Que por qué protesto?
Empezó por las abusivas tarifas del transporte público de la ciudad. Pero poco a poco lo he ido convirtiendo en mi postura política. Casi nadie lo sabe, no llevo una chapa, pancarta, ni camiseta que lo proclame y tampoco le importa a nadie, seguro que es un movimiento unipersonal, no ejerce ninguna presión pero me hace sentir consecuente. Protesto, luego camino.
No se trata de pasear, no se usa para completar un rato de ocio, ni andar, como hacían las mujeres que me encontraba cuando iba a la universidad en el siglo pasado. Lo hago en soledad y es mi medio de transporte, no contamino y aprovecho mucho el tiempo.
Protesto, luego camino; camino porque protesto; camino, luego pienso; pienso, luego protesto; observo, luego pienso…  fruslerías.
Cuando estudiaba, tenía un profesor muy preocupado por los posibles trabajos que podríamos llevar a cabo cuando nos licenciáramos como flamantes historiadores del arte, uno de esos dignos trabajos para flamantes historiadores del arte era el de escaparatista, te quedabas muerta cuando oías estas consejas, pensaba: yo he venido aquí para ser como tú, pedazo de… ingrato. Luego, pasé a segundo y me dí cuenta de que no me apetecía lo más mínimo parecerme a él… y sí más a un escaparatista.
Los escaparates me parecen cada vez más teatrales, pictóricos, ficticios, pequeñas cajas que algunos usan para contar cosas… o quizá solo me las cuento yo, las tardes lluviosas producen monstruos y soy una historiadora del arte criticando un escaparate.
La otra tarde vi esto,


me gustó, pero una cosa no quita la otra, al ver este comedor tan bien adaptado a su contenedor pensé primero: "mi casa entera cabe en ese contenedor de comedor (no es una queja, es una afirmación)" y luego pensé más; "no me parece muy real, está ahí, sí, pero con esa luz y que no hay nadie ahí, no hay escala humana", en una especie de visión o alucinación se hizo pequeñito de repente así que rápido vinieron a mi cabeza cenas pequeñitas entre amigos pequeñitos y conversaciones largas, vamos, que pensé en esto otro:

 

Arriba, una tienda de muebles, un comedor de diseño escandinavo, el sueño del europeo medio (si esa fotografía fuera en b/n, como por arte de magia no sabría en qué década del siglo XX me encontraba), abajo, una de las habitaciones de la casa de muñecas del Museo Frans Hals en Haarlem. Las casas en miniatura se hacían en el siglo XVIII (siglo de gran igualdad) pero no para las niñas, nobles ellas, que querían jugar a las casitas con otras nobles niñas, sino para sus madres, sí. Las señoras nobles y, por supuesto, muy pero que muy ricas y refinadas, se hacían construir estas minimansiones que se diseñaban hasta el mínimo detalle y eran igual de costosas que las de tamaño real, cosas del Antiguo Régimen.
No recuerdo que nunca me haya apetecido tener una de esas casas en miniatura, aunque las he mirado mucho, hay un libro en casa sobre la historia de las muñecas, en un capítulo hablan de las casas de muñecas, siempre me fijé en las contemporáneas, casas unifamiliares enormes con grandes muros acristalados como la mansión de Richard Neutra, maquetas de arquitectura pero llenas de muebles pequeños y personajillos con minibañadores descansando en pequeñas hamacas que ponen en sus minijardines.
Y después, antes de que se pusiera a llover, intentando componer una teoría, me vino a la mente esta cosa:


se llama peepshow box o caja de perspectiva y es el objeto más sorprendente de la Galería Nacional de Londres, quedan pocas de estas en el mundo, aunque eran muy habituales. Este sí es un juguete que me gustaría tener. La disposición de las tablas del interior y las deformaciones oportunas hacen que, cuando miras a través de los agujeros que se practican en los lados estrechos de la caja, todo parezca tridimensional. Ya se sabe que a los pintores del XVII en Holanda les gustaba experimentar con la perspectiva y este es un caso excepcional, Samuel van Hoogstraten.
Es como si mirases por el ojo de la cerradura y pudieses ver el pasillo de tu casa, la habitación a través de la puerta entreabierta, como si observases la vida de pequeñas personas pintadas, como en un escaparate ante mis ojos con una vida en su interior.
Y entonces la lluvia lo precipita todo y lo disuelve todo como aquel dibujo de tiza sobre la acera a la entrada del parque.

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