De mesas redondas

Debo reconocer ante mi pequeño público que se trataba de una fotografía nostálgica, algo a lo que soy muy dada y que resulta que es una característica de mi signo.
Si pienso en camilla me acuerdo de la tía Petar (nombre auténtico, Gerarda). Es como si me hubiera trasmigrado, me acuerdo de esas tardes de sábado de la región donde los pájaros no pían, tosen (chiste fusilado, reírse con precaución) e inevitablemente del brasero, nos sentábamos, a poder ser muchos y muy juntos, a debatir y comentar, no recuerdo muy bien sobre qué, seguramente historias para no dormir. Yo debía concentrarme en no tener, en ningún momento de la tarde, ni ganas de beber ni ganas de hacer pis, arriesgarse a salir de la camilla era jugársela, pudiera ser que te encontarán días después en el baño bajo una capa de hielo o atravesada por algunos de los chupiteles que pendían de la cisterna.

Otro recuerdo imborrable eran las sesiones de mediodía en la facultad de Filosofía y Letras, en las que criticábamos arte aunque nadie nos lo había pedido, porque era nuestro papel y no lo podíamos evitar; camillas sesudas, eso eran, pero sin brasero. Por supuesto el tapete de ganchillo daría mogollón de juego como "objeto suntuario que representa el rol de la familia tradicional", en este caso, los miembros de la camilla, por descontao, se posicionarían en contra; también podría ser "objeto kitsch que conceptúa la lucha feminista".
Conceptuar era fundamental, si no eras capaz de conceptuar estabas fuera de la camilla.

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