¿Por qué "maté" a la cocinera de pacotilla esa?

De vez en cuando hay que hablar de la sustancia y llevo varios meses de parón. Llevo varios meses en los que nada me ilusiona durante mucho tiempo, quizás sería mejor decir "emociona". Es como si hubiera abierto un gran paréntesis que de momento no parece cerrarse.
Se cuecen cosas por las mañanas, pero a medida que va pasando el día se van pasando, se van oscureciendo, se van secando hasta que es mejor tirarlas, de lo contrario se pudren y apestan. De hecho, quizás ni siquiera esta vaya a salir a la mesa. Me estoy aficionando a la destrucción, destruyo por ejemplo ropas, destruyo pensamientos, destruyo trabajos, destruyo incluso cariños.
Lo malo de haber cocinado según qué platos es incluir demasiada cantidad de un mismo ingrediente, el comensal se aburre y la cocinera ni os cuento. La razón de que esta reflexión se mezcle con lo culinario es tan superficial como todo lo que sucede al otro lado del teclado. Eso y que está de moda. Todo es maridar, todo son dietas, todo son filosofías gastronómicas, todo son discursos (s)insustanciales, todo es potencial gastro-estupidez. Pero hay que estar ahí, a la moda. Cuanto más à la mode estoy, cuanto más me meto en este otro mundo, más "insustancia" percibo, incluso de mí misma, y más me horripila y más quiero destruir. 
Como otros (muchos), yo también caí en eso de alimentar un poco la vanidad. Como otros pedantes pensé en dar lecciones. Inventé un personaje, una repelente cocinera de pacotilla a la que puse por nombre Tupernani. Tú o tú no la conocéis, quizás. La idea me parecía fantástica, el nombre, ¡no digamos!, cocinaría platos sencillos, baratos que cualquier —perdonad— idiota podría elaborar y llevarse al trabajo al día siguiente en un táper (tupper, para puristas). Y mi ego engordaría, porque era una IDEA. Todo lo que yo me cocinaba y después me comía, previa fotografía, lo veía un reducidísimo/ exclusivísimo grupo de personas a las que pensaba en fascinar. Pues vaya estupidez y qué pedante la artífice, otra más hablando de lo mismo.
Nada más lejos, error de comunicación. Me di cuenta de que, para empezar, nadie se dejaba llevar por la fantasía, había una razón por la que yo no hacía eso en primera personalidad, pero fui incapaz de mantener al personaje. De repente el personaje era una "maruja" sabionda a la que le preguntaban cantidades y medidas, recetas como si yo/ella fuéramos cocineras (perdón, cocineras o cocineros somos todos, pero a lo que una debía haber aspirado era a ser chef, que entre nosotros lo único que significa es que es "cocinero jefe", por supuesto estoy siendo irónica). Un experimento fracasado.
Dicen que no hay que rendirse, que hay que insistir, que se aprende de los errores, yo creo que si no se puede hacer algo bueno, mejor no hacerlo.
Además todo eso es demasiado relativo, lo intenté durante dos años. ¿A qué se refieren esas mentes lúcidas con volverlo a intentar? ¿Cuánto tiempo se considera que uno debe intentarlo? Si caminas y te encuentras la pared, hay que cambiar de camino, si insistes acabas dándote un golpe en la frente y además resulta una pérdida total de tiempo y recursos.
A otra cosa.
La maté, a la sabionda, claro, o más bien le he inducido un coma profundo, porque en el caso de "la red" nunca se puede morir y mucho menos hacer desaparecer las malas ideas. Si la IDEA era buena, supongo que después de dormir seguirá siéndolo y, si tengo razón, no tenemos ni que volver a vernos las caras ni los delantales.
Lo malo de crear una personalidad que cocinaba y lo contaba casi a diario es que lo que cuenta se acaba pareciendo demasiado a un diario, aunque esta no sea en absoluto la intención. Lo malo de los diarios es que conducen a una peligrosa tendencia hacia la autocompasión o la autocomplacencia y/o al sobrealimento del ego, si lo que se cuenta tiene mediano sabor. Lo malo de centrarse en una misma es que se acaban las recetas. Por mucho que yo me empeñase en la divulgación, parece que solo estaba hablando de mí y eso es un plato con demasiada cantidad de un único ingrediente: aburrido e insípido.
La cocinera de pacotilla no era capaz de conectar con sus comensales, que no entraban en su juego o que el mismo no tenía miga. A ver si van a tener razón los "científicos" de la mercadotecnia, a ver si es una ciencia y como no controlo las reglas el experimento ha resultado un fracaso. Da lo mismo.
Cuanto más avanzo en esto de la comunicación más en la superficie estoy, veo que no encuentro explicación a las reacciones que suscita lo que cuento, o a lo que cuentan los demás. Parece que controlo los ingredientes y su tiempo de cocción, pero realmente lo que pasa una vez lo sirves escapa a cualquier norma y me pone nerviosa y destructiva, por ende.
Puede ser que no haya más debajo de esa superficie.

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