Localizaciones
Vivo en una medio-grande ciudad desde hace una década, más o
menos. (Te exiliaste a esta ciudad hace una década, más o menos.) No la elegí
porque me gustara especialmente, fue más bien una consecuencia lógica, el lugar
natural al que dirigirme porque otros pioneros me abrieron el camino, no está
ni muy cerca, ni muy lejos, es lo más extranjera que mi corazón podía
permitirse o que mi cabeza era capaz de medir. Ni la amo ni la detesto, quiero
pensar que al menos no del todo. (En este momento, irrespirable y te produce
una mezcla de agorafobia, no deseas en absoluto contacto con el hirviente
asfalto o ese pestilente aire caliente que escupen las fachadas, y al mismo
tiempo te sientes encerrada y atrapada.) Así que es un sitio como cualquier
otro para una reclusión controlada.
Algunos ya sabéis, lo he dicho en otras ocasiones, que voy
andando a/por muchos sitios, para unos pocos no es extraño, pero para la
mayoría es otra rareza o terquedad más, para mí es una necesidad. Quizá, si me
hubiera ido a vivir a un pueblo cualquiera, caminaría por el monte, por el
bosque, hasta el primer, segundo o tercer pueblo cercano, pero me ha tocado
asfalto, duro y sucio e intento encontrar algo de belleza en el ruido.
Porque una trata de adaptarse, ha cambiado de rumbos, ha
dado marcha atrás para volver a arrancar, pero hay cosas en mí que son como el
aire, como el agua, cuando pasan aunque sean solo unas horas sin aprehender y
aprender esa belleza, en cualquier formato como se manifieste, se abre un
agujero enorme y me pierdo entera dentro. He leído que "la naturaleza es
imparable", que "tu yo verdadero, sin pedir permiso ni a Dios ni al
Diablo, decide personarse y tomar posesión de lo que le pertenece. Volver a
ocupar el paraíso del que nunca debió ser expulsado" (Mar Rey Bueno). Temo
que el yo, que se ahoga sin su rutina, se contentaba antes con menos alimento,
pasa temporadas más o menos satisfecho, pero otras casi no puedo acallarlo, lo
logro convenciéndole de lo inútil de su grito, llamando a la pereza unas veces
y otras a la falta de estima, ese par de asesinas que solo buscan mi pesimismo.
Hace no mucho he empezado a practicar un ritual, siempre las
mismas calles, el mismo barrio (ya cambiaré). El primer día fue simplemente una
nueva ruta para el síndrome de camino si me aburro, camino si debo pensar,
desenfadarme, enfriarme o calentarme, desasosegarme, inspirarme o peregrinar
hacia algún santuario artístico aún sin revisar (los únicos santuarios en los
que todavía creo). Aunque así no se consigue apagar la cabeza. Poco a poco me
he ido adentrando en un territorio desconocido de porterías, semisótanos,
desvanes, plantas principales, entradas de servicio, donde además no soy bien
recibida. Siento que soy intrusa e incluso sospechosa, más que sentirlo, una
precisión, lo sé. Los celosos guardianes, los porteros, me observan, a la
defensiva, si se me ocurre parar unos segundos en sus pequeños feudos, se
colocan bien en sus sillas, asientan bien el cojín y se ponen alerta, miran
–los que no tienen monitor de cámara de seguridad– por un espejo que les da
visión de todo el portal y de la entrada. Si, además, después de avanzar se me
ocurre retroceder y parar de nuevo, sé que les saco de sus casillas, de sus
sillas y de su habitáculo de perro guardián. Si entro, ¡ay, si entro! se levantan,
sin prisa, eso sí, y preparan la artillería: "usté no pué'star aquí".
En realidad no estoy "aquí", pasaba por "aquí" y solo
disfruto de la contemplación de un poco de hormigón, ladrillo, yeso
graciosamente combinados para crear una belleza ecléctica y decrépita producto
de una necesidad de perpetuación de valores burgueses desfasados pero por
desgracia demasiado vigentes; no, mejor así: "disculpe", pasaba por
"aquí" y estoy admirando "su" (atención) edificio, un lugar
donde vivió el escritor, científico, músico, poetisa, sufragista, que
probablemente ha marcado mi, su, presente (pre-suposiciones).
Empecé a hacer fotografías por si aprendía algo, por si en
alguna de ellas se escondía algún fantasma, alguna historia o parte de una,
incluso he creado una especie de colección, la llamo:
"Localizaciones"*. Son un gran número de pedazos de inmuebles
construidos a finales del siglo XIX o principios del XX de belleza caduca, de
estilo indefinido, con grandes balcones, chaflanes, miradores, balaustres, grutescos,
atlantes, mascarones, etc. de madera chillona y cristal ondulado, de cuarto de
criada y baños de estar.
Pero sobre todo son un portal para un viaje a un pasado que
intuyo interesante, también un poco mágico al doblar la esquina, otro mundo tan
cerca del mío, totalmente opuesto al mío, pienso que más excitante,
escenificado solo para mí, porque por sus aceras no encuentro a nadie, porque
quizá sus porteros y porteras han conseguido ahuyentarnos a casi todos.
Aunque solo sea por molestar, aunque no encuentre drama
alguno (sin drama o conflicto no hay acción, ya lo sabes), creo que seguiré
inmiscuyéndome.
Esta de la “localización” es una tarea que se hace cuando se
llega por primera vez a otro lugar, se pasea, se planea, se observa
superficialmente, para domesticarlo. Yo quizás debí hacerlo, pero no fue, no
fue porque, como os he dicho al principio, y en alguna otra ocasión que yo
recuerde, este lugar es una prolongación de una pecera que se hizo pequeña
(como al protagonista Big Fish, de
Daniel Wallace).
Fuera de la pecera vivo una, dos, varias vidas y dentro vivo
otra más sin mí. En la pecera la cabeza acaba por apagarse, que no está mal, en
ocasiones, no está permitido ser ermitaña ni por horas, se pueden pasar tardes
enteras dando nombre a las constelaciones de la espalda, la vida va a treinta,
tienes derecho a metros de aire a tu alrededor cuando andas, en una tarde
normal hasta las nubes gritan y los dramas son demasiado verosímiles. Pero en
la pecera no hay que ir en busca de portales al pasado, ya tengo habitación con
vistas e historia en las esquinas.
No sé si esas "localizaciones" servirán, los
dramas/conflictos están escondidos de momento, son demasiado ajenos o no sé si
tendré la suficiente imaginación para inventarlos. A lo mejor no son más que
esa búsqueda entre el ruido para mantener a raya al agujero hambriento, pero no
las que lo saciarán/enmudecerán por completo, eso es imposible. (Te conformas.)
Mientras camino por ese territorio vetado, por qué no
llamarlo también gueto, voy pensando en un encuentro casual con algún fantasma,
pero solo me topo conmigo. Y pienso en todas mis vidas, distintas pero
conectadas. Y pienso en la chica del perrito de por las tardes, que es la de
los niños por la mañana, pienso en la que sale de casa a la vez que el sol y vuelve
cuando este se esconde, en la que acompaña a la viejita, en que seguro que
también tienen esa vida sin ellas, que van viviendo sin que ellas estén
totalmente presentes. Y también pienso en ese señor altivo y en la señora que
me mira pero no me ve. Y caigo en la cuenta de que ya he entrado en contacto
con esos fantasmas que buscaba, en ese mismo gueto pasado y presente se
parecen, se superponen.
* Paréntesis: puedo hacer cuantas fotos guste de un
monumento y fachada de edificio (distinto sucede con los interiores), no tengo
que pedirle permiso a portero alguno, ni pagar derechos a su arquitecto, ya que
me protege una ley que se llama "Libertad de panorama" que puede que
tenga los días contados. Un proyecto de ley europea podría eliminar esa
"libertad" a favor de los derechos de los arquitectos y artistas
vivos de determinados monumentos, a mí que me lo aclaren bien porque supongo
que la torre Eiffel pertenece a la ciudad de París, por poner un ejemplo
altamente fotografiado. El tema se encuentra en debate y tendríamos que dejar
de hacer/publicar "localizaciones" gratis y buscar fantasmas.
Precioso, y el final? Pero precioso.
ResponderEliminarSoy inconclusa supongo ;)
EliminarSupongo, no, lo sé.