Cena para una

Todo el mundo escribe, todo el mundo escribe para uno mismo, lo difícil es que alguien lo lea –eso piensa ella después de oírlo a uno de los tres.
Pero esto no empieza así, en realidad empieza con una ración de bocartes fritos y una frase: "¿Qué hace una chica cenando sola?". No han esperado a que le dé un primer sorbo al albariño. La ha apuntado, puede ser muy útil.
Se sienta junto a una ventana, así si se diera un momento incómodo siempre puede mirar afuera, pero no ha conseguido una mesa con vistas al puerto; así que está limitado el inventar sucesos sobre el exterior, o mirar al horizonte sin más, la calle de atrás da a un bloque bastante feo de esos que tienen la piel de vidrio, así repetía continuamente su profesor de Contemporáneo para hablar de la cubierta del muro de los edificios. Este es uno de esos Vistamares, unas casas que simulaban la modernez y toda ciudad de costa debía tener, impersonales por esas pieles que frenan el exceso de luz e impiden que los que estén afuera miren las cocinas de los de dentro. La luz es mejor no frenarla.
Como no es muy tarde hay dos grupos de niños jugando antes de que los llamen para ir a cenar, a lo mejor no desde las ventanas como siempre se hizo, a lo mejor las ventanas de este Vistamar no se pueden abrir, o todos tienen ya sus teléfonos y hasta sus abuelos, que eran reticentes al principio, les hacen una "perdida" para que suban a comer las salchichas, sus madres creen que se quedan más tranquilas, creen que así les tienen "más controlados". Hace un rato que llegaron de la playa en la bici y con sus toallas en el cuello, solo eso han necesitado para divertirse. Hoy podría tocar pizza.
Piensa que lo mejor es sacar su cuaderno y quizá tomar algunas notas que no se sabe si llegan a algo, porque parece que nunca se va a decidir a averiguar si lo hace bien.
Mientras garabatee no tendrá que levantar la vista y superar ese momento (largo) hasta acabar con todo lo que hay sobre la mesa.
No está saliendo como esperaba, lo de "me voy unos días". No es capaz de cortar el ruido y la cena no va a ser un trámite simple, tendrá que mantener ciertos modales, no mancharse, ni la cara, ni las manos, ni el pantalón recién planchado, y sonreír automática a los cuatro camareros que inexplicablemente han decidido atenderla, no comprende para qué tanto público.
Una ensalada normal, una de bocartes y para beber… una copa de vino blanco, no sabe por qué lo ha pedido porque nunca bebe sola, bueno, hasta ahora. Y no es lo mejor que ha bebido, aunque no tiene idea de vinos, no se las va a dar de entendida y ponerse a probar y rechazar, está fresco, seco, no soporta los dulzones y, eso sí, luego va a tener mucha sed y seguro que se pasa la noche levantándose a beber.
Mujer blanca sola con bolígrafo y papel, algo inocente, pensaba al sentarse, pero está ya dentro de un relato. No imaginaba que a nadie pudiera llamar la atención.
Lee "Lo demás –la gastronomía refinada– era una perversión particular entre la boca y el alimento"1
–Disculpa –uno.
–¿Me traes la cuenta, por favor? –ella.
–Perdona –insiste. Queremos averiguar quién se ha hecho millonario.
–¿Cómo, perdón? –y otra vez la sonrisa automática.
–Hemos apostado sobre lo que estabas apuntando, la cosa está entre escritora o crítica gastronómica –uno.
Todos los tópicos posibles y cuando llega la hora de la verdad la imaginación se esfuma y solo sale verdad, verdad sí, realidad a medias.
No hay muchas notas, ni siquiera sobre la cena, pero despierta la curiosidad de los tres: "escribe una guía de viajes", resulta que en el fondo todo el mundo es un soñador tópico y fantasioso, la explicación sencilla nunca sale.
–Escribo notas para futuros textos –contesta sin ganas.
–¿Y podemos leer algo de lo que escribes? Yo también escribo a veces –uno.
La invitan a sentarse con ellos. Nunca ha sabido salir de estas situaciones, con un sencillo, "me gustaría estar sola", siempre añade más palabras de las justas y al final parece muy antipática.
Ha estado muchas veces sentada a esa mesa, casi siempre en verano, en la época de los diarios, la época de las habitaciones en casa compartida, ahora el ritual es muy diferente, ¿de qué hablaban en aquella época ellas dos?
Algunas ciudades muy frecuentadas resultan distintas con el tiempo, cada cual la ilumina en su cabeza a su antojo y cuando se vuelve a ellas es como si se peregrinara a un lugar que no existe de verdad.
La cuenta tarda y sabe que cargarán con toda las armas, es como un eterno plano secuencia y tiene muchas ganas de irse. En esas películas que ponen por las tardes la protagonista saca los dólares de la cartera y los deja sin esperar la vuelta y sobre todo sin tener que hablar.
–Qué juego este tan previsible –piensa. Cortaría ahí mismo el plano. Tengo que irme –dice en voz alta.
Lee:  "(…)
por aquellos tres hombres que, además de no tener prisa,
eran lentos. Por eso en Bloom crecía el pensamiento nada santo
de golpear tres veces el suelo con el zapato para matar,
con cada movimiento, una hormiga: tres en total.
Aquellos hombres, que no conocía de nada,
lo aburrían.
(…)"2
En otra época habría jugado con la hipótesis ganadora de la apuesta de los tres pescadores submarinos, una bloguera gastronómica haciendo la crítica del chigre y además les haría protagonistas del guion.
Podría ser cualquiera que deseara o imaginara. En otra época, pero tampoco en aquella época lo hacía. Podría haber jugado un rato. Exagerando y estereotipando.
Probablemente tendrían ellos montado también su relato: los contables pescadores, los contratistas pescadores, en tierra durante la semana, bajo el mar los sábados…
Rechazó cuatro veces, no será el comienzo de ninguna otra historia, solo esta.
Ya en la playa, después de la cena, la musa le regaña, podría haber sido una carta a una hermana gemela de distinta madre o un informe de una inspectora de loterías o encargada de las carnívoras del botánico o algo más inverosímil difícil de sostener y fácil de soñar, titiritera.
Quizá era todas ellas o ninguna.
El teléfono suena.
–¿Buena la pizza? –contesta sin un hola.

1, 2 Un viaje a la India, Gonçalo M. Tavares

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